miércoles, 13 de julio de 2016

MARDEL

MARDEL
(Poema)

Llegué silencioso a Mar del Plata
Dejando atrás tu aroma de miel
En la Ciudad Gris noctámbula
En la lejanía cercana del Atlántico
Se dibujó tu nombre y el fuego de tu silueta
Y te vi sin tocar
Tocando
En sus olas de viento blanco
Y en las pupilas del océano
Te vi, Bonita
Te vi en la arena de fuego
Y en las aguas del mar de Alfonsina Storni
Poético e insondable
En la alfombra azulada de su piel
Observé tu paisaje caliente
Y las brisas celestes de tu cuerpo
A veces ni el tiempo ni la distancia
Hacen que llegue el olvido
Porque el olvido es muerte andante
Llega y no llega
Es impredecible
Llega sin llegar
Llegando
En Mardel te vi, Bonita
Caminando
Navegando
Entre el sueño marino
Y la locura quemante de mi cuerpo
De tenerte cerca
A pesar de la lejanía oscura
Y la lluvia serena que mojaba mis ojos
En la distancia vaporosa
De Mardel y la Ciudad Gris
Te extrañé, Bonita
No sabes cuánto.

De la segunda edición de mi poemario 'Bonita' (Qilqana, Perú)



La política y yo

CONFÍO MÁS EN UN LADRÓN DE POCA MONTA QUE EN UN POLÍTICO. No pertenezco a un partido. Nunca he sido partidario de alguno. En el futuro tampoco me afiliaré a ninguno. Lo he decidido y es una decisión irrevocable. Nunca me ha seducido la política, al menos no por intereses personales. Soy un idealista. Un luchador social. Un ideólogo que no cree en esta democracia inoperante. Quizá la fobia que tengo a la política y a los políticos, venga desde mi niñez. Nací, crecí y vivo (o sobrevivo) en un país donde los políticos eran y son seres canallescos y patibularios. Mentirosos, delincuentes de doble discurso y moral, traidores, tránsfugas y corruptos consumados. Sobran adjetivos para ellos. Confío más en un ladrón de poca monta que en un político. Le confiaría mi vida a un ladrón pero nunca a un político. No. Dios me libre de ellos. Todos son iguales y corruptos. Son de lo peor: ministros, congresistas, presidentes. Incluso aquellos que forman parte de los gobiernos locales y regionales: alcaldes, presidentes regionales, regidores y funcionarios ediles. En la pirámide de la moral, coloco a los políticos por debajo de los asesinos, violadores, psicópatas, secuestradores, pederastas y sicarios. Porque la corrupción es el delito más bajo, indigno e imperdonable que el ser humano puede cometer en contra de su nación. Es traición a la patria. Merecen la pena de muerte. En mi país, los políticos han convertido a la democracia en un nido de víboras (con respeto a las víboras, claro está). La han pervertido, sodomizado y defecado en ella. La han transformado en un instrumento para cometer sus fechorías. Solo una vez, al ver que por muchos años los políticos tomaban el poder para servirse y no para servir al pueblo, movido por intereses sociales y con el afán de hacer justicia, se me pasó por la mente entrar en política y tomar el toro por las astas para servir a mi pueblo. Quizá tuve intenciones de limpiar la política. Una intención utópica y quijotesca. Gracias a Dios, a tiempo me di cuenta de que el panorama político en mi país no estaba ni está listo para los idealistas, luchadores sociales y profesionales que conservamos aún nuestros principios y valores morales. Incluso el pueblo no lo está. De tal modo que mi nombre nunca se manchó con la política. Y deseo morir invicto en ese punto. Hay varios requisitos para ser político en mi país: ser mentiroso, caradura, codicioso, demagogo, delincuente, inmoral y, sobre todo, CORRUPTO. No reúno esos requisitos. Por eso no soy político. Ni lo seré algún día.